miércoles, 23 de noviembre de 2011

El poder siempre pertenecerá a las hormigas

Siempre se puede desobedecer. Desobedecer a a autoridad estatal, digo.
No tiene en realidad grandes polémicas morales ni discusiones epistemológicas acerca de lo social  o de su proyección estatal. Considero que es el Estado el que fue construido para el hombre y no el hombre para el Estado. En cuanto que uno está al servicio del otro, no podría ser posible obligar a un hombre a ir en contra de su voluntad por un mero requisito del Estado. Lo que sí podría hacerse, y de hecho es mi postura ideológica, es sacrificar ciertas libertades del hombre individual en pos de un Bien Mayor para el conjunto.
En este sentido, entonces separemos dos cosas. Por un lado, un Estado puede imposibilitar a una persona de llevar a cabo su voluntad si esta genera un deterioro simbólico o material al colectivo en que está inmerso. Por eso mismo, las instituciones sociales tienen, hasta cierto punto, un rasgo común en cuanto a administradores. Por el otro, un Estado no puede separar de sus acciones la búsqueda de satisfacción de las personas cuya vida social proyecta y limita. Si así lo hiciera, o si alguno de sus subordinados así lo interpretase, entonces sí creo que es un derecho inalienable el desobedecer un mandato por más legítimo que pueda autodenominarse . A su vez, nunca será legítimo un gobierno que arrastre a sus súbditos hacia acciones que no tienen como fin último el bienestar de la persona.
La desobediencia civil es un concepto pensado por un hombre encarcelado por negarse a pagar un impuesto extraordinario creado por el gobierno norteamericano para sostener económicamente la guerra contra México, en el siglo XIX.
Un impuesto extraordinario para continuar una guerra al servicio de los capitales y los poderosos es, por supuesto, una política no legítima. Pero tampoco debemos plantear las cosas tan al extremo. Cualquier tipo de política pública puede también ir contra la voluntad del Pueblo. Porque, de hecho, en la democracia real no es la Verdad, como un concepto objetivo y revelado, lo que dirige los caminos del Estado, sino que son las creencias de la mayoría reformuladas en Asamblea y construidas colectivamente. Podrán estar equivocados (miles son los ejemplos en que ha sido así) pero, por ahora, es el mejor sistema que tenemos.
Ahora bien, la desobediencia civil tiene una distancia enorme con el uso de la violencia como forma de resistencia al Estado. La desobediencia civil es el poder de decisión a no acatar en manos de la sociedad civil pero dentro del sistema constitucional y sin negar cierta autoridad del Estado. La utilización de la violencia, siempre contextualizada e histórica, tiene un compromiso ideológico más radical. Y esa es otra discusión.

El poeta de Ituzaingo, melancólico y subido a la motoneta de Soda Stereo, se despide de este experimento cibernético y pseudo comunicativo.

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